Alfonsín sobre: J) Integración global

El orden internacional de la post guerra fría

El siglo XX concluyó en 1991 al finalizar la guerra fría, cuando desapareció la URSS. Fue un siglo signado por la lucha entre totalitarismo y democracia. Caído el sistema comunista se diluyó la aventura totalitaria expresada en el nazi-fascismo y el comunismo.

La guerra fría encapsuló al mundo en el conflicto Este-Oeste. Hubo guerras “calientes”, v.g Corea, Vietnam, pero el conflicto se expresó en una competencia geopolítica/ideológica. Posturas autonomizantes, como el no-alineamiento, fueron intentos de huir de la lógica interimperial.

Entre los ’90 y parte de la primera década del siglo XXI, se impuso una lectura: definir el sistema internacional en base a la ideología de la globalización. Nadie ignora que las nuevas tecnologías, que vinculan el planeta, constituyeron el motor de un nuevo proceso de globalización, pero otra cosa es la “ideología de la globalización”. Brevemente, esa ideología postuló: la supremacía de la economía sobre la política; la hegemonía de las finanzas; la licuación de los Estados; la evaporación de las fronteras; el derrame automático de las riquezas; la desaprensión medio ambiental y la homogenización cultural en el “mundo de McWorld”, conducido por la “elite nómade” de Davos. En el relato no había guerras, sólo consumo. Naturalmente, quedaban problemas “pendientes”, porque la historia no había terminado, que aquejaban a los que habían resultado relegados y debían buscar su identidad en otros espacios, particularmente en el nacionalismo o en la religión.

En paralelo, bajo los pliegues de la globalización se desarrollaron procesos cuyas consecuencias no advirtieron sus ideólogos. Se amplió el clivaje ricos/pobres y con el protagonismo de las economías asiáticas nació una nueva clase media y emergió una fuerza laboral dispuesta a trabajar por menor salario. En esas circunstancias, el paradigmático modelo social euro-occidental perdió viabilidad, al erosionarse el contrato social tutelado por el Estado de Bienestar, una gestión virtuosa de la relación capital-trabajo.

Iniciado el siglo XXI, algunos observadores apuntaron fallas en la globalización: el debilitamiento de la política, la economía no contenía las fuerzas del sistema internacional, por naturaleza anárquico, y la ausencia de valores y de visiones de futuro erosionaba las instituciones. Además, la política internacional contaba con nuevos actores, los países asiáticos, cuya visión del orden internacional no le asignaba la misma importancia a la gobernabilidad, a la democracia, a la defensa del medio ambiente y a los Derechos Humanos.

El atentado terrorista del 11/9 no alteró la distribución del poder mundial. La respuesta del Pte. Bush fue concebida por los sectores neoconservadores que impusieron su agenda externa, basada en el advenimiento de un mundo unipolar. La equivocada respuesta, cuyo epítome fue la invasión a Irak, arrastró a los Estados Unidos a una sobre expansión militar. Los republicanos desecharon el “soft power” - atraer con el modelo americano- y optaron por la fuerza, el “hard power”. La imagen americana cayó; la alianza atlántica se dividió, porque muchos aliados no apoyaron la invasión a Irak; el rechazo musulmán fue unánime y el sistema diplomático multilateral - el “onusiano”- resultó deslegitimado por el unilateralismo.

Simultáneamente, la gestión Bush aumentó el gasto y redujo los impuestos en favor de los sectores de altos ingresos. La combinación de impulsos anti-impositivos y propensión al gasto condujo a los EE.UU a un déficit de magnitudes. Decididamente, esa década significó la erosión fiscal más importante en la historia americana. Había comenzado a alimentarse el monstruo que explotaría años más tarde: la crisis del 2008.

El “sunami internacional” del 2008

Previamente a esa fecha existía un consenso: China, a mediados del siglo, se convertiría en la primera economía mundial. El “renacimiento asiático”, ya que según el economista británico Angus Maddison en el 1500 esa geografía contribuía con un alto porcentaje del PBI mundial, era aceptado por bancos, intelectuales y organismos internacionales. Tratándose de una fecha a futuro, el escenario no lo medían debidamente los mercados.

La explosión de la burbuja financiera aceleró los plazos. Como escribió el editorialista del Financial Times, Martin Wolf, “se adelantó el futuro”. Hasta ese momento el Asia era un mercado, a partir del crack se convirtió en un problema. En términos de poder se produjo un desplazamiento de “placas tectónicas”, cuyas implicancias no han sido íntegramente evaluadas. Existen conjeturas, algunas expresadas en libros con títulos muy sugestivos, como el de Stefan Harper: “Beinjing Consensus”.

Como ocurrió al finalizar la guerra fría, a partir del 2008 hubo un cambio estructural, porque ese evento modificó la trama del poder mundial. A modo de avance, podemos identificar algunas consecuencias del aludido cambio.

Desde la política se impone una primera reflexión: no existe política sin futuro. Esa dimensión le permite vincular el tiempo presente con el tiempo por venir y al deteriorarse la imagen del futuro en el medio de la crisis, se desmoronan las utopías laicas; baja el nivel de confianza en los liderazgos e instituciones; cunde el temor; disminuye el consumo; se resiente el espíritu de riesgo y el vínculo intergeneracional se quiebra en detrimento del contrato social. En otras palabras, la realidad se transforma en un continuo presente, habitado por fantasmas y cargado de nostalgia.

Los sentimientos de solidaridad y altruismo decrecen entre los que más tienen e implica un menor interés de los países ricos por los pobres. Los proyectos sobre “el nuevo Milenio” y los compromisos de ayuda al desarrollo pierden impulso. Simultáneamente nuevas “olas sociales” sacuden a sociedades cuya “conciencia posible” había alcanzado elevados niveles, por ejemplo en Europa. Los populismos de derecha, el resurgimiento de la xenofobia, la revalorización del nacionalismo, el rechazo a los inmigrantes, son manifestaciones de una agenda donde el temor impregna el imaginario colectivo. Contrariamente, en Asia los estudios de opinión muestran como la gente cree que el futuro será mejor.

En materia diplomática hubo un daño colateral: la erosión del multilateralismo. En general el “sistema de Naciones Unidas” perdió el rumbo de su agenda y dos grandes negociaciones globales entraron en impasse: la ronda comercial de la OMC y la medioambiental. Instintivamente surgieron “reflejos proteccionistas”, a pesar de la responsabilidad que se le asigna a ese fenómeno en la crisis del 30. De igual forma, disminuyó la preocupación por el cambio climático. Afortunadamente el 2010 terminó con una esperanza medio ambiental: en la Cumbre de Cancún se lograron avances. Otras “causas” también sufren la crisis de paradigmas, v.g en materia de Derechos Humanos. La “diplomacia china de recursos”, interactúa con regímenes africanos acusados de violaciones sistemáticas, como es el caso de Sudán y Botswana.

Mientras el multilateralismo perdió impulso, el “minilateralismo” operó como sustituto. Concretamente, el “Grupo de los 20” es el espacio de gestión global más encumbrado. En el G 7 y en el G 8 faltaban los emergentes. En el 2008, el G20 un “club” concebido en otras circunstancias e integrado por varios de ellos, se convirtió en el ámbito natural de negociaciones. Hubo un momento de gran protagonismo, la Cumbre de Londres en abril del 2009, cuando los líderes de las principales economías consensuaron instrumentos para salir de la crisis, evitando el fantasma de la Gran Depresión. Superado el temor, bajó el impulso cooperativo y el G 20 no logró en la Cumbre de Seúl del 2010 avances significativos.

En materia de seguridad, la crisis 2008 contiene una paradoja: con la excepción europea el gasto militar aumentó. Los EE.UU siguen comprometidos con sus guerras “clásicas” ( Irak y Afganistán) y en otras asociadas a la lucha contra el terrorismo, (Pakistán y Yemen) , recién en el ejercicio del 2012 prevén la reducción del gasto militar. Los países en desarrollo continuaron gastando, el mundo islámico/petrolero y los BRIC hicieron lo propio.

Por último, el capítulo de las materias primas. En la medida que Asia y los emergentes se transformaron en economías dinámicas, la demanda de alimentos y de materias primas benefició al conjunto de países exportadores. Aunque subyace una duda: ¿en cuánto participa del boom de las materias primas la especulación financiera? Sin opciones de renta, los fondos de inversión se orientan hacia esos negocios especulativos que están en la mira del G20.

Viejos y nuevos protagonistas de la política internacional

El mundo post 2008 es pasible de múltiples lecturas, todo depende de la “grilla de poder” que adopta el observador. Así se superponen lógicas distintas, para algunos analistas el sistema internacional continúa siendo interestadual, otros destacan el peso de los actores no-estaduales. En este punto cabe una advertencia: como consecuencia de la crisis, hubo mayor demanda de Estado y la política imaginó respuestas que los mercados no ofrecieron.

Cuando se hace referencia a los protagonismos internacionales, el dónde se concentra el poder no es un dato menor. Normalmente se apela a la identificación de los “polos”, sistemas unipolares, bipolares o multipolares. Otras definiciones tienen en cuenta las jerarquías en las dimensiones del poder: la estratégico-militar; la económica y la científico-tecnológica.

Concluido el bipolarismo, según la “gramática del poder” de la globalización el mundo era un sistema que giraba en torno a la economía, liderada por las finanzas, legitimado por una cultura global y contenido por el orden estratégico impuesto por la potencia militar americana, que también gestionaba las “avenidas de la globalización”: comunicaciones e Internet.

Lo “nuevo”, señala el protagonismo internacional de los países asiáticos y del “conglomerado BRIC” (Brasil; Rusia; India y China), acrónimo acuñado por Goldman Sachs. Los BRIC constituyen un bloque heterogéneo. Son países emergentes, salvo Rusia que intenta reconstruir poder: es una potencia energética y militar, que participa escasamente en las negociaciones financieras y no integra la OMC. India, China y Brasil contribuyen activamente al PBI mundial. China exporta productos manufacturados; India es una economía donde se destaca el sector servicios; Brasil exporta materias primas y cuenta con un parque industrial complejo que perdió competitividad con la revalorización del Real. Todos poseen enormes reservas monetarias; China e India son grandes importadores de materias primas; constituyen grandes masas geográficas y, salvo Brasil, los BRIC enfrentan problemas de integridad territorial. Por último, algunos son Estados/civilizaciones; otros son miembros y/o aspirantes al Consejo de Seguridad y todos, menos Brasil, poseen armas nucleares.

Luego de la crisis del 2008, los BRIC ganaron visibilidad. Cuando se postula una “nueva arquitectura del poder mundial”, se señala a estos países que asumen crecientes roles internacionales. En junio del 2009, los BRIC tuvieron en Rusia su primera reunión y en abril del 2011, la Cumbre BRIC se desarrolló en China, sumando a Sudáfrica. Concluyendo: el quinteto apunta a consolidar imagen mientras muta la estructura de poder. La vocación de “querer ser” anida en esas geografías y la pretensión de los BRICS es fundada: en el 2010 crecieron al 8,9% mientras las “economías avanzadas” lo hicieron al 2,6%. En medio del optimismo pro- BRICS, algunos analistas, como N. Roubini, se interrogan acerca de la sustentabilidad, a mediano plazo, del crecimiento chino basado en sobre-inversión.

El desplazamiento del poder económico hacia el eje Indico/Pacífico, no significa que esa masa geográfica funcione orgánicamente. Allí conviven varias civilizaciones que muchas veces guerrearon. Por eso sobreviven suspicacias que se potencian en litigios irresueltos (no existen Tratados de Paz en la Península de Corea, tampoco entre Rusia y Japón) y en disputas de soberanía marítima. En algunos casos dos civilizaciones colisionan dentro de un mismo Estado, por ejemplo en India; también compiten poderes continentales v.s insulares y algunos países, como Rusia, temen la ocupación de sus geografías vacías.

La heterogeneidad permite conjeturar: Asia difícilmente sustituirá a Occidente porque no existe una “identidad asiática” capaz de modelar el mundo, aunque la agenda económica si estará centrada en Asia. En materia de seguridad, la competencia que se establece entre China, India y Japón facilita el ingreso de tercerías, interesadas en practicar políticas de equilibrio de poder que buscan contener el ascenso de China para impedir que se exprese en términos de potencia “revisionista”.

Los interrogantes giran en torno a cómo las autoridades chinas evalúan sus intereses a la luz de la crisis financiera internacional. ¿China colaborará con el orden económico vigente?¿ Las autoridades que asumirán en el 2012 contribuirán a la gobernabilidad económica global? ¿La estrategia china del “ascenso pacífico” se mantendrá o Pekín aprovechará las debilidades del capitalismo de mercado, para imponer el modelo de “capitalismo-estatista” con gestión autoritaria?

Cuando el gobierno chino rechazó la oferta del Pte. Obama, de constituir un G2, surgieron dudas acerca de los designios de Pekín. Lo mismo ocurre en torno a la reevaluación de la moneda china. Pekín no cedió a las presiones americanas y europeas pero envió señales cooperativas: ofreció comprar deuda griega, portuguesa y española. Aún falta definir cómo y cuándo China participará en la reconstitución de los equilibrios de la economía mundial.

Más allá de la agenda pendiente, China necesita crecer y ascender pacíficamente. La prioridad del Partido consiste en lograr consenso garantizando crecimiento. Los líderes chinos arribaron a esa conclusión a principios de los ‘90. La lectura histórica resultó clave y la memoria jugó un doble papel: a) no caer en el error de Gorbachev, que impulsó reformas políticas sin contar con una economía sólida; b) evitar la repetición del “escenario Plaza de Tiananmen” (1989), impulsando el consumo. Cuando surgieron las revueltas árabes, un Partido Comunista temeroso incrementó los controles sociales: mayor represión a la disidencia, endurecimiento de la censura religiosa e incremento de los controles sobre las redes sociales e Internet.

Cómo adaptarse: el gran desafío para los Estados Unidos y Europa.

Desde los ’90, cuando la Administración Clinton apostó al Asia, impulsando el ingreso de Pekín a la OMC y estableciendo una nueva relación con India, la dirigencia americana se formula la misma pregunta: ¿China, socio estratégico o competidor estratégico?

El primer mensaje de Obama a Pekín estuvo en la lógica de Clinton. La idea de construir un G2 estuvo presente en el inicio de su gestión, luego todo cambió con la crisis del 2008. China, como se sabe, rechazó la oferta de un virtual condominio argumentando que era un país en desarrollo.

En materia de seguridad, los demócratas abandonaron el discurso guerrero de los republicanos cargado de anti-islamismo. Sin embargo, la Casa Blanca, todavía justifica la guerra de Afganistán en términos antiterroristas. En Irak, se cumplió relativamente el compromiso del Presidente de replegarse en el 2010 y aún quedan “tropas de apoyo”. En Afganistán, la retirada no tiene fecha segura.

Luego que China rechazó la oferta de un condominio económico, los EE.UU intentaron “cercar” a Pekín apelando a su ventaja militar. Así buscaron países “pivotes”, para asociarlos en la construcción de una política de “equilibrio de poder” en el Asia instrumentando el temor que suscitan las reivindicaciones marítimas chinas; profundizaron la relación con Japón; perfeccionaron los lazos con India y “mostraron” la flota “marcando territorio”. Mientras tanto, Washington gana tiempo y espera que China contribuya a una mayor gobernabilidad global. Puntualmente, los EE.UU pretenden que modere a Corea del Norte y a Irán.

La crisis económica obliga al gobierno americano a ceder protagonismo internacional, por tratarse de una administración que debe negociar con una oposición republicana radicalizada por el Tea Party. La gobernabilidad supone acuerdos y para el Presidente los consensos pueden facilitarle su reelección. Desde la perspectiva electoral del 2012, será decisiva la pulseada en el Congreso en torno a gastos e ingresos.

En ese contexto se comprende porqué en Washington no anida un gran diseño estratégico internacional. Regionalmente importan Asia y el mundo árabe, donde las rebeliones obligan al gobierno a compatibilizar valores e intereses petroleros. Una mirada estratégica hacia los EE.UU debería incluir algunas de las cuestiones que los sectores más esclarecidos plantean en aquel país, por ejemplo: ¿podrán los EE.UU mantener su protagonismo global basado exclusivamente en el poder militar?; ¿Tiene sentido interesarse por la estabilidad afgana y desinteresarse por la gobernabilidad en México y en América Central?; ¿qué consecuencias poblacionales traerá aparejada la política migratoria restrictiva que impulsan los republicanos?; ¿ por cuánto tiempo podrán los EE.UU preservar la hegemonía científico-tecnológica? Finalmente: ¿qué harán con la deuda? Si el Estado no ofrece soluciones, el mercado impondrá las suyas y dejará de financiarlo. Y la historia señala que un país deudor no modela la agenda internacional. Sucedió con Gran Bretaña: en 1919 le cedió a los EE.UU el título de acreedor.

Concluyendo con la lectura americana, nada mejor que una opinión autorizada. En “The Frugal Superpower”, Michael Mandelmaum sostiene que EE.UU reducirá el gasto en política exterior y defensa: “América intervendrá mucho menos en el mundo, se acabó el gobierno global de facto que ella ha ejercido”.

En Europa la adaptación a los cambios refiere a la crisis económica. Social y económicamente, la crisis del 2008 donde más golpeó fue en Europa. El modelo europeo, el Estado de Bienestar, sufrió la pérdida de competitividad económica y el desfinanciamiento público. Los servicios que provee el Estado no están garantizados, concretamente salud, jubilaciones, educación e infraestructura. Por eso el “ascensor social” se detuvo. La crisis del Euro amenaza la supervivencia de la moneda común. Al momento de escribir estas líneas, los más afectados son Grecia, Irlanda y Portugal, pero los riesgos no terminan allí. Más allá de la viabilidad de los “paquetes de ayuda”, provenientes del Fondo de Estabilización Europeo y el FMI, el tema es más profundo. Muchos observadores advierten que en algún momento, algunos países no podrán pagar los servicios de la deuda. También señalan que el Fondo de Estabilización Europeo es insuficiente. La viabilidad política y económica de los planes de austeridad está en duda: ¿qué sucederá cuando la cólera social aumente? El camino al default puede ser inevitable, salvo que la Unión Europea cree su propio Tesoro.

Allí regresa la concepción original de la integración: si existen problemas en Europa, ellos sólo se pueden enfrentar con más Europa. En ese pensamiento, la clave de bóveda consiste en poner soberanía en común. Así ocurrió con el Euro, faltó agregar la esfera presupuestaria y fiscal.

Concluyendo, mientras la agenda europea se concentre en estas prioridades, la política exterior estará consagrada a la superación de la crisis, en administrar la relación con Asia, en las cuestiones inmigratorias -potenciadas por la convulsión árabe-mediterránea- y en redefinir los vínculos atlánticos. En este último punto las divergencias económicas se incrementaron. Europa optó por el rigor y los EE.UU eligieron el camino contrario: prórroga de las reducciones impositivas y emisión monetaria. En materia de seguridad los papeles se invirtieron en Libia: Gran Bretaña y Francia se hicieron cargo de las operaciones de la OTAN.

América Latina: ¿tiempos distintos en el 2011?

América Latina no es una realidad homogénea, es una geografía contenida en una historia construida sobre procesos políticos que guardan semejanzas y que confluyen en una identidad cultural insuficientemente aprovechada. Aceptando las diversidades, es posible identificar algunos desafíos comunes.

El primero conduce al ciclo económico. Con matices, todos los países han crecido, pero pocos lograron convertir crecimiento en desarrollo. Por esa razón somos la región del mundo más desigualitaria (el 20% de la población más pobre recibe el 3% del PBI y el 20% más rico percibe el 60%). Esas asimetrías erosionan el tejido social debilitando los sistemas políticos y las instituciones. Esta realidad fue instrumentada por los “modelos populistas andinos”, cuya magia providencialista se benefició del viento de cola internacional y logró el apoyo de los sectores seducidos por el discurso distribucionista, que en nombre de la igualdad sacrificó ciudadanía y libertades. Ahora se trata de utilizar el ciclo económico mundial para consolidar ambos desarrollos: el político y el económico.

Algunas prioridades son de alcance regional, por ejemplo: inversiones en educación; defensa del medio ambiente; seguridad; infraestructura física; lucha contra el narcotráfico; políticas específicas en las megalópolis y diversificación de la matriz productiva. Sin industria, dependiendo del sector primario y de los servicios, en nuestra geografía se consolidará el desempleo y el providencialismo, ya que los sectores marginados constituyen la “materia prima” de la manipulación electoral de gobiernos dispuestos a canjear subsidios por apoyo político.

El segundo desafío remite a la integración. En América Latina se cometieron tres grandes errores en la materia: se partió de una base equivocada, creer que la unidad era algo natural; se apostó a las virtudes del “dulce comercio” y no se le asignó importancia a un capital invalorable: la identidad cultural. Como se sabe, la historia de la integración es un archivo de organismos creados para “profundizarla”, sin embargo los resultados han sido escasos. No es posible que un proyecto de integración dependa de políticas de circunstancias, vinculadas a improntas personalistas y a intereses ideológicos. Urge repensar el tramado institucional para desterrar un viejo vicio: el cambio permanente de las reglas de juego. La integración no se logra con la diplomacia de Cumbres, con “fotos de familia” y con Resoluciones “shopping list”, donde todo se incluye. Existen necesidades que merecen prioridad: por ejemplo la integración física.

Por último, una realidad. Más allá de las divisiones ideológicas, en los últimos años surgió una nueva fractura. De Panamá hacia el Sur las economías han crecido y ese fenómeno estuvo ligado a los mercados donde se orientan las exportaciones sudamericanas, el Asia. En cambio, Centroamérica y México no lograron superar una restricción externa común: todos dependen - comercio, remesas y flujos migratorios- del mercado americano, golpeado por la crisis del 2008. Si estas tendencias se mantienen, habrá que identificar los instrumentos diplomáticos que permitan a la región alcanzar un mínimo de acciones comunes. Bajo ningún pretexto México puede ser excluido de la organización institucional regional.

Política exterior: el retorno al mundo

Caracterizado el sistema internacional, es posible avanzar en el diseño del patrón de inserción, en otras palabras concebir una genuina política exterior, el instrumento que permite enlazar virtuosamente necesidades internas con posibilidades externas.

La política exterior argentina estuvo signada por una constante: generalmente los diagnósticos internacionales estuvieron desactualizados e ideologizados. La distancia geográfica con el “centro”; la adhesión a patrones culturales decimonónicos; el protagonismo de un nacionalismo defensivo; el apego a cierto idealismo ingenuo; la adhesión a la idea de destino manifiesto; la ventaja que otorga contar con exportaciones de fácil inserción en los mercados; la naturaleza sustitutiva de la industria; apuestas ideológicas equivocadas -v.g en la segunda guerra y en algunos momentos de la guerra fría-; y la inestabilidad política; son algunas de las razones que explican las debilidades estructurales de nuestra política exterior.

Un apropiado diagnóstico internacional resulta imprescindible, pero es insuficiente si desconocemos los criterios en base a los cuales los demás nos identifican. Así como se alude al “riesgo país”, también es posible referir a la “imagen país”. Un país es previsible, cuando se respetan ley e instituciones, y en ese caso maximiza imagen y baja riesgo.

Duele decirlo, hemos descendido en el ranking internacional. El aislamiento y la irrelevancia, son datos constatables, v.g el estado real de los vínculos con algunos vecinos. En cuanto a la irrelevancia, algunos analistas la establecen observando cómo caímos al sexto lugar en el ranking de las inversiones extranjeras en América Latina. Las malas alianzas regionales, concretamente la excesiva y vidriosa relación con Venezuela, que condensa el mayor porcentaje de viajes presidenciales y de Acuerdos firmados por la Argentina en la región, alimentan la naturaleza viscosa “del llamado modelo argentino”. Asímismo, son compresibles los interrogantes que suscitamos en temas sensibles, como el lavado de dinero y la lucha contra el narcotráfico. Pudiendo figurar, se nos excluye del lote de países emergentes activos, que son muchos además de los BRICS. Justificadamente se nos señala por desacatar los fallos de los tribunales de arbitraje y por negociar indefinidamente con el Club de París. Por último, somos el único miembro del G20 que no cumple con el artículo IV del FMI, no por razones de soberanía nacional, sino por defender la ficción de las estadísticas del INDEC.

Reflexionando estratégicamente, surgen las principales demandas de un país obligado a desarrollarse e integrarse social y geográficamente. Argentina necesita acceder a los mercados y captar inversiones -sin éstas será imposible salir de la prisión de la inflación- y debe insertar en el mundo al interior postergado: el NEA y el NOA. Partimos con ventajas: escasa deuda; somos socios de la marca Mercosur y contamos con un “soft power” insuficientemente explotado.

Los ejes de la política exterior

La política exterior es la suma de un conjunto de vectores: el geográfico; el productivo y el que integra contenidos e instrumentos.

El eje geográfico es la materia prima. Los países no se mudan, por eso en buen código realista se aconseja hacer la política exterior de la geografía. Partiendo desde un esquema de círculos concéntricos, nuestra prioridad es la vecindad.

Cuando en los ’80 la Argentina y Brasil firmaron los acuerdos Alfonsín/Sarney, se cerró el ciclo de la competencia geopolítica. Inteligentemente, ambas transiciones políticas coincidieron en armar una nueva agenda en un mundo que estaba mutando. La visión fue acertada: poner recursos en común para armar una plataforma de lanzamiento con proyección global. Esta nueva mirada contribuyó a despejar la variable externa, facilitando la consolidación de ambas democracias. En los ’90, sobre ese cimiento se construyó el Mercosur.

La relación con el Brasil, por ser profunda, requiere un calibramiento sistemático. Las asimetrías se incrementaron desde los ’80 a la fecha. Brasil es la séptima economía mundial; es un BRIC exitoso y posee enormes riquezas petroleras; está considerado una de las “estrellas emergentes; es un país continente dotado de un mercado interno que le otorga viabilidad a una industria potente, integrada a una estructura agraria que lo convirtió en un gran exportador de alimentos. Brasil contó con ventajas: políticas de estado iniciadas por F.H. Cardoso y continuadas por Lula; es un país federal; no hubo una adhesión pasiva a la globalización modelo “Consenso de Washington”; ningún gobierno sacrificó el aparato productivo y existió una creencia muy instalada: el futuro es el desarrollo.

Lograr convergencias es una empresa necesaria y difícil, sobre todo en materia económica, el espacio donde más se manifiestan las asimetrías surgidas en los ’80. Un ejemplo: al momento de escribir estas líneas Brasil discute, en el seno de los BRICS, la agenda mundial, mientras Argentina sigue embelesada con el discurso del Pte. Chávez. ¿Acaso no hay vida en el mundo más allá de Venezuela?

El Mercosur es un esquema de integración ejecutado sobre la marcha, fallaron algunas cosas y mucho falta por hacer. Pero nadie lo puede negar: es “una marca internacional”. En el transcurso del 2010 hubo avances importantes, en la Cumbre de San Juan se consensuó un Código Aduanero y en la de Iguazú se acordó alcanzar una Unión Aduanera perfecta en el 2019.

Para Argentina, el Brasil constituye el principal socio económico. Es el primer inversor neto y nuestro principal cliente en materia turística. Es el gran mercado para las exportaciones industriales y es un socio estratégico. Haber pasado de la geopolítica del conflicto a la geoecomía de la cooperación, constituyó el gran evento de América del Sur en el siglo XX. En el haber quedaron muchos sueños, por ejemplo no logramos construir empresas conjuntas de talla mundial. Brasil las posee en minería, alimentos, aeronáutica y petróleo. ¿Qué hubiera resultado, si ambos países hubiéramos coordinado una estrategia en el Asia y en el África? Brasil se adelantó en China y en el continente africano desplegó una potente red diplomática. Todavía es posible avanzar en conjunto. Concretamente en el África: ¿porqué no activar una vieja idea: compartir Consulados y Oficinas Comerciales? ¿Porqué no incorporarnos al espacio IBSA (India; Brasil y Sudáfrica), consagrado a la cooperación Sur-Sur? ¿Porqué no avanzar conjuntamente en ciencia y tecnología? Porqué no explorar junto al Brasil la capitalización de nuestra acreencia en Cuba? ¿No es posible fundar una Universidad del Mercosur, orientada a las actividades de post-grado y a los estudios asiáticos?

Una relación armónica entre Brasil y Argentina opera como factor de equilibrio regional. Si a este vínculo bilateral le agregamos Chile, estaremos en condiciones de reeditar una vieja idea lanzada a principios del siglo XX: el ABC.

Para Argentina la relación con Chile es vital. Desafortunadamente, la geoeconomía de la cooperación está atrasada. Tardamos mucho tiempo en superar la agenda de las controversias limítrofes, recién en los ’80 se logró superar la Cuestión del Beagle. Luego reaparecieron los viejos reflejos decimonónicos, debido a la interrupción de la venta de gas. Y hace poco tiempo surgió otro obstáculo, debido a la actitud del gobierno argentino en el “caso Apablaza”. Pero el comercio se amplió y las inversiones chilenas fueron pioneras. Chile es nuestra salida natural al Asia/Pacífico, región donde la diplomacia trasandina ha ganado posiciones notables. Esa red puede ser utilizada, por ejemplo si encaramos empresas conjuntas que aprovechen las oportunidades de los mercados abiertos por Chile a través de los Tratados de Libre Comercio. Si nuestro objetivo es el Asia, no podemos ignorar la presencia trasandina en diversos espacios diplomáticos del Asia/Pacífico, por ejemplo en APEC, ni la presencia en el esquema “Arco Andino”, que lo integra junto a Perú y Colombia, que tiene al Asia como principal referencia. Siempre debemos hacer política con la mirada puesta en el futuro: ¿Porqué no encarar una empresa binacional, argentino-chilena, para explorar, explotar y agregar valor al litio, materia prima de la batería del futuro auto eléctrico? Por último, la asignatura pendiente: la relación con Chile se mide en infraestructura, sin pasos abiertos todo el año y sin ferrocarriles, es difícil profundizar la cooperación económica.

Otro eje, vinculado a la geografía, es la integración. En América Latina todavía suele discutirse porqué la integración no avanzó más aceleradamente. La respuesta es simple: se dio por cierta la homogeneidad regional. En verdad, la densidad común se encuentra en el espacio de la cultura, particularmente el idioma, y en un pasado forjado en procesos históricos semejantes. Allí se agota el “núcleo común”, el resto es tarea pendiente. Cuando en los ‘60 nació la integración institucional, se confió excesivamente en la integración comercial, dimensión necesaria pero no suficiente. Al agotarse la etapa donde todos ganaban, sobrevino el pesimismo. La idea de una integración donde todos avanzaban a la misma velocidad fue una quimera.

La agenda de integración realista debe concebirse en base a proyectos ligados a intereses comunes. El primer proyecto, sin el cual no habrá integración ni cooperación, refiere a la consolidación de la paz. No aludimos a una visión pacifista, se trata de favorecer la creación de condiciones que garanticen la paz entre nuestros Estados, porque sin paz no hay desarrollo. Afortunadamente en América Latina la guerra se alejó del horizonte en los ’80, con el retorno a la democracia. Pero la paz se construye diariamente. Por esa razón preocupa el constante incremento del gasto militar. Algunos hablan de carrera armamentista, tal vez no se llegue a tanto, pero callar es mentir y por eso no puede ignorarse el Informe del SIPRI: en el 2010 América del Sur fue la región donde más se incrementó el gasto militar: 5,8%. Lo notable es que muchos gobiernos que condenan las intervenciones militares en otras regiones, son los que compran más armas. Sería insensato importar a la región pulseadas estratégicas provenientes de otras geografías. En ese contexto, la diplomacia argentina puede avanzar una idea: lograr acuerdos que pongan límites a estas compras. Contamos con autoridad moral: no protagonizamos en ese mercado. Además, hemos adherido al Tratado de No-Proliferación Nuclear y participamos de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares.

El segundo proyecto es la educación. Si algo asemeja a la región es la escasa asignación de recursos a la educación, sobre todo a la primaria -la que iguala- y a la superior. No hay desarrollo sin incrementos de productividad, y eso requiere conocimientos. ¿Si el 20% de los jóvenes latinoamericanos, entre 18 y 24 años, no estudian ni trabajan, no estamos creando las condiciones de violencia y adicciones en nuestras megalópolis? Integrar esfuerzos, recursos y experiencias, es una tarea inconclusa de la integración.

La investigación es el tercer proyecto. La inversión que realizan nuestros gobiernos en investigación y desarrollo es insuficiente. Comparemos: le asignamos el 0,68% del PBI, y eso equivale a la mitad del esfuerzo que realiza España. Sino avanzamos en esta materia el discurso del futuro es una hipocresía. La idea de poner soberanía en común es apropiada, si cada uno de nuestros países persigue su propia épica tecnológica, ninguno estará habilitado para jugar en las “grandes ligas”. Hay esfuerzos nacionales encomiables, pero son parciales.

El cuarto proyecto apunta a la energía. El mundo está transitando el camino final del ciclo energético basado en combustibles fósiles. Como se sabe, las reservas se agotan y las expectativas “off shore” suscitan esperanzas pero provocan rechazos ambientalistas, fortalecidos por el derrame del Golfo de México. Sabemos qué se avecina, pero ignoramos qué tipo de energía renovable se impondrá. Mientras la transición energética se desarrolla -acelerada por el desastre nuclear del Japón-, en América Latina se podría encarar una tarea concreta: participar activamente en la investigación y experimentación en aquellos caminos alternativos donde se cuente con ventajas.

Por último, la integración física. Parafraseando a Jean Monnet, el padre de la integración europea, quien en sus últimos días sostuvo que de volver a comenzar la integración lo haría por la cultura, en América Latina debimos haber iniciado la integración por la geografía. Cuando iniciamos esa empresa los gobiernos pensaron en comercio, no en puertos, rutas y transportes. Si observamos dónde se realizó obra pública, constatamos que fue concebida sin criterios de integración, la mirada fue local. La geografía nos señala qué hace falta: pasos fronterizos, puentes, ductos, autovías, puertos de aguas profundas, navegabilidad de las cuencas hídricas y, sobre todo, ferrocarriles. Por esa razón la diplomacia debe lograr que las obras acordadas por los Presidentes, plasmadas en la Iniciativa IRSA, se concreten. Un ejemplo: en los inicios del 2011, en la agenda de la visita de Dilma Rouseeff al Uruguay, la integración física figuró como tema central. La razón: Uruguay le otorga relevancia a la logística y pretende ser un nudo exportador.

Finalmente en la región existe una “agenda negativa”. Los países latinoamericanos no pueden ignorar esta agenda, compuesta por: crimen organizado; lavado de dinero; secuestros; tráfico de armas; narcotráfico; comercio de órganos y terrorismo. Nuestro compromiso, en la totalidad de la agenda, debe ser absoluto. Respecto del narcotráfico, hace falta claridad porque el discurso oficial insiste en afirmar que “somos un país de tránsito”. En verdad consumimos, producimos, exportamos y lavamos el dinero que origina ese circuito. El gobierno no hace lo que tiene que hacer: vigilar fronteras, cielos y aguas. La contribución diplomática consiste en lograr la cooperación de los vecinos. Paradójicamente, mientras se vacía al federalismo, existe un federalismo fáctico funcional al delito: pululan las pistas clandestinas; faltan radares, la Fuerza Aérea carece de recursos y no dispone de la legislación necesaria para combatir el narcotráfico. El resultado está a la vista: los Informes de las Naciones Unidas destacan el crecimiento del consumo de drogas en Argentina. Las consecuencias se pagan con la salud de los jóvenes y con inseguridad en las ciudades. También el GAFI puntualiza el auge del lavado de dinero. El Estado debe trabajar activamente sobre esta agenda, la ciudadanía así lo reclama en los estudios de opinión, donde surge como prioridad de política exterior la lucha contra el narcotráfico. No ignoramos que la batalla contra el narcotráfico debe ser revisada, como sostiene la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia –integrada, entre otros, por los ex-Presidentes, Cardoso, Gaviria y Zedillo- , pero hasta que no haya medidas eficaces de naturaleza global, los Estados no pueden quedar paralizados, cediendo seguridad y perdiendo soberanía.

EL EJE PRODUCTIVO. Se trata de ayudar a producir más y mejor, haciendo realidad la definición de política exterior como simbiosis entre necesidades internas y posibilidades externas. La idea de esferas separadas -política y comercio- no existe. Esa errónea concepción estuvo presente durante años, cuando diplomacia equivalía a “alta política” y promover exportaciones era una tarea menor. Existe una sola mirada y un solo interés: lograr bienestar para la gente y autonomía para la nación.

Concebimos el eje productivo de la política exterior como la búsqueda de lo que nos falta: inversiones y mercados. Argentina no puede salir de la prisión de la inflación sino crece su oferta de bienes y para ello la inversión es decisiva. El tema es cómo y dónde buscarla. Sin caer en voluntarismos, podemos ser optimistas. Somos un país escasamente endeudado, poseemos tierras fértiles y contamos con un atractivo: el efecto multiplicador del MERCOSUR.

El cómo captar inversiones posee dos dimensiones: dónde estamos y cómo hacerlo. En materia de inversiones, durante años competimos con México para ocupar el lugar de segundo destino de la inversión extranjera. Hoy estamos sextos en el ranking (detrás de Brasil, México, Chile, Colombia y Perú) y ese dato refleja nuestra declinación. El cómo hacerlo es una tarea de largo aliento, que requiere alta profesionalidad en el seno del Estado y de una dirigencia empresarial que acompañe con inteligencia. Existe una tarea inmediata y concreta: aceptar las reglas del GAFI; saldar la deuda con el Club de Paris; respetar las decisiones de los tribunales de arbitraje; trabajar a favor de la seguridad jurídica; ser implacables con la corrupción y contar con un INDEC responsable y creíble. Simultáneamente, debemos re-encarar un proyecto abandonado: el ingreso a la Organización de Cooperación y Desarrollo.

El dónde es una búsqueda estratégica que va más allá de la captación de excedentes, se trata de elegir socios. Brasil y Chile son exportadores de capitales hacia Argentina. Normalizada la relación con Chile, seguramente el flujo de inversiones aumentará. El Estado, acompañado por el sector privado, tiene una tarea: identificar las áreas donde existen intereses y oportunidades específicas. Mencionamos un caso: el litio. Hay otros, v.g turismo, minería, madera, comercio de gran superficie; pesca y alimentos. En el caso de Brasil las bases están sentadas y una buena gestión externa puede identificar oportunidades, sobre todo en los Estados brasileños: Brasil es un país federal que no termina en San Pablo. En esas geografías hay capitales disponibles. Otra tarea: incentivar las asociaciones inter-empresarias impulsando la creación de multinacionales. Lo que acaban de hacer LAN y TAM.

Los Estados Unidos constituyen una plaza insoslayable. La lectura debe ser realista, mirar ese país con anteojeras ideológicas es un error. Por largo tiempo ellos serán protagonistas internacionales, debido a que su poder incluye múltiples dimensiones: estratégico-militar; científico-tecnológico; capacidad de administrar ahorros, a través de bancos y bolsas. Además, su moneda todavía es valor de referencia. La respuesta al interrogante acerca de por cuánto tiempo mantendrán esa posición expectante hay que dejarla en manos de los institutos de investigación y de prospectiva. Es cierto, que al igual que en materia comercial, la presencia de la inversión americana en la Argentina ha disminuido, pero no tiene sentido ignorarla. La mirada debe ser pragmática y centrarse en lograr resultados.

Europa ha sido, y sigue siendo, un inversor relevante. Los países históricamente involucrados en nuestro país fueron los seis miembros fundadores de la Comunidad Económica. En ellos anidaba una sensibilidad pro-Argentina. Con la ampliación de la Unión, la realidad cambió. Los nuevos miembros euro-centrales atrajeron inversiones europeas y no cultivan una sensibilidad pro-latinoamericana. Con la crisis del 2008, el inversor hispano, que supo liderar inteligentemente la inversión europea en los’90, debió modificar sus pautas. De todos modos, estamos convencidos de que existen posibilidades en el viejo continente. Se trata de una geografía que envejece demográficamente, de manera que el enorme ahorro existente necesita ser “rentabilizado”. Las bajas tasas de interés difícilmente se modifiquen, una buena propuesta - con “nueva imagen”- puede interesar a una ahorristas ávidos de rentas. No solamente se trata de inversiones, en Europa también existe un stock tecnológico insoslayable. Si se llegara a suscribir el Acuerdo MERCOSUR/Europa, el panorama cambiaría sustancialmente. Las expectativas que había en Europa acerca de las inversiones en Asia están en plena revisión y la apuesta histórica a los países petroleros suscita interrogantes, a la luz de la incertidumbre que atraviesa el mundo árabe.

Por último, el Asia. Esta región es clave. Los países que se nutren de materias primas, básicamente China e India, son economías globalizadas interesadas en alcanzar altos niveles de seguridad en el abastecimiento. Compran e invierten, por esa razón su diplomacia de recursos está muy activa en la economía globalizada.

China se caracteriza por comprar materias primas, sobre todo minerales, petróleo y alimentos, y por adquirir tierras, minas y yacimientos. Es más, en algunas geografías utiliza su propia gente para “securitizar” las inversiones. Hasta ahora la prioridad es el África. Allí despliega una política pragmática, concretamente a Pekín no le interesa la naturaleza del régimen político, los derechos humanos ni las libertades. Y si no hay Estado para controlar las geografías que le interesan, envía “expertos” que aseguran el orden. Así se comprende el éxito chino, en desmedro de los capitales europeos. Naturalmente, hubo logros y fracasos. En muchos países creció un sentimiento anti-chino y en otros la apuesta fracasó. Un caso típico es Sudán –proveedor de petróleo a China- gobernado por un autócrata con pedido de captura por el Tribunal de Roma. Allí China sufrirá las consecuencias de su hiperrealismo. El sur de Sudán se rebeló y luego de una costosa guerra civil se firmó un acuerdo de paz que estableció una consulta. En la consulta triunfó el independentismo sureño y en el 2012 el nuevo país poseerá la mayor parte de las riquezas petroleras. China habrá perdido y su patrón de inserción en el mundo en desarrollo despertará interrogantes.

China necesita alimentos y no es menos relevante un dato adicional: en el 2030 Asia habrá utilizado el 40% de sus reservas de agua. Se trata de identificar sectores para las inversiones de China, por ejemplo plantas industriales dedicadas a elaboración de alimentos. Lo mismo ocurre en materia petrolera. Ya existe un antecedente: en el 2010 dos empresas petroleras estatales chinas invirtieron U$ 5.500 millones en la compra de activos energéticos, participando con capitales argentinos. Esto es positivo, habrá exploraciones en tierra y en mar, con probables emprendimientos en las costas de terceros países.

La India y Corea del Sur – dos democracias- son países donde debemos concentrar esfuerzos diplomáticos. India importa alimentos, su numerosa clase media accedió al consumo y la seguridad alimenticia es prioritaria, pero carece de agua: las napas acuíferas cada vez están más profundas y en vías de agotamiento. Decididamente, nos debemos convertir en el proveedor estratégico y en esa condición podemos convocar a capitales indios. Respecto de Corea del Sur, también podemos ser los grandes proveedores. En ese sentido la utilización de la red comercial surcoreana es un capital invalorable. Se trata de un país exportador de capitales que en poco tiempo ocupará uno de los primeros diez lugares del ranking económico mundial. Sus empresas son dinámicas, un ejemplo: están avanzando en el automóvil eléctrico y se interesan en el litio, un insumo que existe en Argentina. Invierte en ciencia y tecnología como pocos, el nivel educacional es altísimo y un dato no menor: la colonia surcoreana está muy integrada en Argentina.

Nuestra política exterior deberá contar con un mapa de potenciales inversores elaborado por los mejores especialistas. En ese mapa obviamente ocuparán un lugar destacado los Fondos de Inversión y los Fondos Soberanos de los países excedentarios. Uno de ellos se radica en Qatar, un Estado que concibe su futuro post-gasífero como una sociedad basada en el conocimiento, por esa razón consagra grandes inversiones en energía, informática y salud. Un ejemplo: la Fundación Qatar está a la vanguardia mundial en la investigación referida a la diabetes. Argentina ofrece rentas seguras y puede resultar un socio para inversionistas interesados en diversificar sus negocios.

La dimensión exportadora de la política exterior es vital. Nuestras exportaciones han crecido, pero si se las compara en términos relativos, otros países en desarrollo nos han superado. En cuanto a tendencias, repetimos el patrón latinoamericano: en el primer semestre del 2010 la región incrementó un 45% sus exportaciones a China. Todo no termina allí: en el 2010 el comercio argentino con China subió un 90% en relación al año 2008, con India un 85% y con Corea del Sur un 115%.

El mercado del MERCOSUR, en particular el Brasil, y el mercado asiático, en particular China, constituyen los destinos naturales de nuestras exportaciones. Si se analizan por regiones, tenemos déficit en nuestra subregión y superávit en Asia. Con Brasil el déficit en el 2010 alcanzó los 4.100 millones de dls, pero el volumen de la relación bilateral habla por sí mismo: U$ 33.000 millones de dls. Con un detalle, es el mercado que más absorbe productos industriales argentinos, debido a la presencia de la industria automotriz. Según estas cifras, en el año 2010 Argentina fue el tercer comprador de productos brasileños, detrás de China y EE.UU.

Como sostienen los expertos, el comercio entre Asia y América Latina es binario: importamos productos industriales y exportamos materias primas. Lo contrario ocurre en Asia, donde los intercambios son intra-industriales. Se trata de un comercio poco “denso” que impide la inserción de nuestras economías en las cadenas productivas Asia/Pacífico. En este contexto surge un interrogante:¿es sustentable en el tiempo esta relación comercial? De mantenerse el actual perfil productivo, la “primarización” quedaría consagrada. Podrían atenuarse sus consecuencias con buenas políticas distributivas, pero el desempleo sería estructural. Además existe un riesgo, si las políticas sociales se basan en malas políticas de subsidio, sufrirá el sistema político-institucional: regiones que se despueblan y manipulación política con los programas de ayuda. En otras palabras: más megalópolis; menos federalismo y más populismo. ¿Si en los EE.UU y Europa, como consecuencia de la crisis del 2008, se habla de reindustrialización, nos vamos a automarginar de esa tendencia? La gran apuesta productiva y comercial debe ser agroindustrial, pero sin descuidar otros perfiles, v.g servicios, en particular el turismo, una actividad mano de obra intensiva, que beneficia al interior del país y que emplea jóvenes.

Hace falta una visión de largo plazo. Un ejemplo y una propuesta: habrá que equilibrar nuestras exportaciones, no es aconsejable depender excesivamente de un solo cliente capaz de aplicarnos represalias, como ocurrió con China en el 2010 y 2011. Cuando se aplicaron restricciones a las importaciones industriales chinas, de inmediato llegó la represalia: Pekín interrumpió las compras de aceite de soja.

Finalmente una propuesta. Si gran parte de la política exterior productiva se desarrollará en Asia, urge compatibilizar fines y medios, redesplegando el plantel de Embajadas, Consulados y Oficinas económicas. Si Asia es la geografía prioritaria, allí debe destinarse a nuestros funcionarios. La “diplomacia de misiones” es necesaria, pero insuficiente. Estar en el terreno; acceder a los sectores público y privado; “mostrar Argentina” e interactuar en esas sociedades, es un objetivo de política exterior. Eligiendo cuidadosamente los destinos, deberán abrirse nuevas misiones diplomáticas. No se trata de un avance burocrático, están en juego futuras inversiones y nuevos mercados.

EL EJE DE LOS VALORES

Una buena política exterior es la que asocia inteligentemente intereses y valores. Sin ideas que inspiren, sin adscribirse a valores, sin hacer de la defensa de la soberanía un objetivo trascendente, la política exterior resulta un ejercicio inútil. Por esa razón comenzaremos por la soberanía.

Sabemos que la identidad nacional estará mutilada mientras las Malvinas permanezcan ocupadas. No se trata de “malvinizar” ni de “desmalvinizar” la política exterior, esa es una dialéctica inconducente. Se trata de avanzar en la consolidación de nuestros derechos, respaldados plenamente por la comunidad internacional y por las Naciones Unidas.

En los últimos tiempos ha habido buenas y malas noticias. La mala consiste en la inclusión, en el Tratado Institucional Europeo, de nuestras Islas en el capítulo de los territorios europeos. En tal sentido resulta imperdonable un error diplomático: mientras los gobiernos europeos negociaban el Tratado y los británicos buscaban incluir a las Malvinas en ese capítulo, la diplomacia argentina estuvo desguarnecida: en un número significativo de países no teníamos Embajadores acreditados (Italia; Gran Bretaña; Bélgica; Dinamarca y Polonia). Y como se sabe, sólo los Embajadores están en condiciones de desplegar argumentos y de convencer voluntades. No es aceptable la excusa del trámite: “se presentaron notas y quejas diplomáticas”.

Otra mala noticia es la reiteración de una vieja política británica: violando el Derecho Internacional, renovaron la exploración off shore en busca de petróleo. Como en otras oportunidades, está presente una concepción estratégica, compartida por sus ciudadanos que habitan las Malvinas, que busca proveerle viabilidad económica a la usurpación con el cobro de regalías energéticas. Esta política esconde un designio: crear un “micro estado soberano”.

Hubo también buenas noticias. La primera está relacionada con Latinoamérica: se incrementó el apoyo a los reclamos argentinos, como se advierte en las Declaraciones y Resoluciones adoptadas por los gobiernos de la región. La segunda proviene de los vecinos: Uruguay y Brasil rechazaron el pedido británico de utilización de puertos para sus naves. Este apoyo es invalorable: sin logística cercana, la explotación petrolera se encarece haciendo posible concebir una estrategia argentina basada en exploraciones subregionales en nuestras aguas del Atlántico Sur.

Por último, los efectos de la crisis del 2008. Gran Bretaña es un país frágil, endeudado, deficitario y desprovisto de moneda sólida. En esa circunstancia, el gobierno conservador adoptó un programa de ajuste que incluye reducciones en el gasto militar. Un Estado débil y una sociedad condenada a la frugalidad constituyen un buen dato.

El retorno de Argentina al mundo, a través de una inserción potenciada por nuevas ideas y mejores aliados, hará posible ejecutar una diplomacia activa capaz de modificar los parámetros diplomáticos sobre los cuales se establece la política hacia Malvinas. A 178 años de la ocupación ilegal de las islas Malvinas el mandato constitucional sigue vigente.

Finalmente la política exterior deberá contribuir al fortalecimiento de tres instituciones: República, Democracia y Federalismo. Esta definición posee implicancias concretas, por ejemplo: a la hora de concebir alianzas, la preferencia deberá inclinarse por las afinidades valorativas. No es ético tener por aliados a regímenes autoritarios o dictatoriales. Decididamente, la política exterior se debe un compromiso: trabajar a favor de la universalización de la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Una eficaz política externa favorece el incremento de la libertad de acción internacional, en otras palabras eso es autonomía. Ambicionamos un mundo más horizontal y menos jerárquico, eso significa un fuerte compromiso por la igualdad internacional. Impulsamos la cooperación, y destacamos la diplomacia multilateral. Queremos combatir la pobreza a nivel global, de allí la solidaridad. Adherimos a la utopía ambientalista y postulamos una diplomacia ambiental activa. Apostamos a la paz, condenamos la violencia y privilegiamos la negociación. Rechazamos el uso de la fuerza, por eso reclamamos la plena vigencia del Derecho Internacional.

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